La calabaza, de la familia de las cucurbitáceas (con más de 850 especies distintas), es muy antigua. Está comprobado que 5.000 años A.C., ya se conocía y utilizaba.
Hay algunos tipos de calabaza que son peores comestibles pero que nos han ofrecido su cáscara, desde siempre, para diversas aplicaciones. Las civilizaciones antiguas ya fabricaban con ellas vasijas, cuencos, cajas, cantimploras, instrumentos musicales….
Fue introducida en Europa por Cristóbal Colón junto con la patata, el maíz y otras verduras sin las que, a día de hoy, no podemos imaginar la gastronomía actual.
La calabaza tiene un 90% de agua y poquísimas calorías, por lo que es un alimento perfectamente indicado para dietas hipocalóricas.
Posee gran cantidad de fibra por lo que ejerce un efecto saciante.
Tiene vitaminas A, C, E y B1, B2, B3 y B6 y minerales como Calcio, Hierro y Magnesio.
La Calabaza protege de la acidez de estómago, es laxante, ayuda al sistema inmunológico, protege de infecciones, es diurética y últimamente se ha añadido a la lista de alimentos anticancerígenos.
La Calabaza en la cocina es casi un milagro; sirve para preparar bizcochos, pasteles, compotas…. variadas guarniciones asándola, friéndola o cociéndola, entrantes como purés y cremas, y es la base de muchos platos principales como el Locro argentino o nuestra Olla Gitana.
Y, por último, no podemos olvidar las semillas. Son buenas para la salud de la próstata y muy eficaces contra la depresión. Ayudan a prevenir la osteoporósis, reducen el colesterol y son anti-inflamatorias. Además, sobre una ensalada, están buenísimas!
¿Alguien da más?
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